Don Herculano de la Rocha. Azote de los ladrones.
Por Francisco Ramos Esquer
Culiacán, Sinaloa, enero 23 de 1947
Publicado en “La voz de Sinaloa” el 11 de febrero de 1947
Don Herculano de la Rocha era un viejito campechano, simpático, campirano, muy honrado y muy valiente, que figuró estelarmente en la revolución desde 1910; gustaba de ayudar a quienes solicitaban sus servicios, llegando a defender a los criminales hasta ocultarlos en las quebradas y rancherías que estaban bajo su control militar; pero a los “ladrones” los fusilaba sin misericordia inmediatamente y sin apelación. Por eso, los maleantes de esa calaña le temían cervalmente.
Cuéntanse de él muchas anécdotas, pero la que conozco personalmente y que lo pinta mejor en esa faz de su vida, es la siguiente:
“Cuando don Herculano era Juez de Acordada con jurisdicción de aquí hasta Copalquín y todo el Partido del Estado de Durango, constituido en dueño de vidas y haciendas, absoluto, porque resolvía a su albedrío todos los problemas sin que cupiera ulterior recurso, en una de las pasadas por Tepuche le acusaron a don Jesús Estensor por el robo de un toro, y desde entonces, cierto o no el robo, buscó al acusado como aguja en un pajar, sin encontrarlo.
Pasaron los años y en un día, como reguero de pólvora cundió la noticia en esta población que don Herculano se encontraba gravemente enfermo, próximo a morir en su residencia de Los Algodones, ranchito de la propiedad de su hijo Mateo, situado a inmediaciones de Moloviejo, Sindicatura de Tepuche de esta Municipalidad, y en ese mismo día, el General Ángel Flores, acompañado de varios de sus amigos que también lo eran de don Herculano, se trasladó al domicilio de éste, engrosando la comitiva a su paso por Tepuche con la compañía de mi señor padre don Francisco Ramos, Abelino Ramírez, don Jesús Estensor y el autor de este relato.
Ya en la casa del tío, en donde se encontraban infinidad de personas, entre ellas don Baltazar López Portillo, uno tras otro fuimos desfilando frente al enfermo expresándole la acostumbrada frase de pena, que el paciente contestaba con agradecimiento, pero al llegar el turno de Estensor, don Herculano levantó la cabeza, lo miró fijamente y con frase entrecortada, balbuciente, dijo: ¡Ma … teo … co … ge cinco soldados y fusila a este pícaro!
Fueron en vano las gestiones para convencer al enfermo, y Mateo, que más lo conocía, para calmarlo llamó a cinco hombres, tomó del brazo a Estensor, lo colocó dentro de la gente armada, se lo sacó a un sitio cerca de la casa y la voz de mando dispararon las armas al viento, en simulacro del fusilamiento. Y, enseguida, regresó Mateo informando que había fusilado a Estensor.
Todos creíamos resuelto el problema, pero don Herculano replicó: ¡Faltó el tiro de gracia! Levántenme.
Inmediatamente salió Mateo, disparó al viento su pistola y regresó diciéndole que ya estaban cumplidas sus órdenes.
Al escuchar el informe don Herculano, se incorporó un poco, alzó sus plácidos brazos y exclamó: ¡Gracias a Dios que voy a morir contento! Enseguida falleció dibujando en sus labios una significativa sonrisa.